¿Cuántas veces nos hemos topado con la idea de que lo que nos pasa o lo que le sucede al otro es directamente proporcional a sus acciones?, como una fórmula de siembra-cosecha o causa-efecto.
Qué sucede cuando oímos que a una persona determinada o incluso nosotros mismos nos vemos envueltos en un problema, conflicto, o algo similar; ¿es esto siempre nuestra culpa?, pues muchos libros de superación personal nos han vendido esa idea, y esta se ha extendido y generalizado, hasta el punto en el cual dentro de nuestro círculo profesional llega a ocurrir algún tipo de violencia, discriminación, aversión, o cuestiones similares que no están relacionados con negligencia ni incompetencia, ¿cómo reaccionan los demás? O ¿cómo reaccionamos nosotros al presenciar un maltrato hacia alguien?.
Tal vez en el fondo pensemos que “por algo será” y buscamos el problema o el origen siempre en quien sufre, siempre en la víctima aunque no justifiquemos el actuar del agresor, tal vez existan comentarios donde se juzga a alguien de incompetente porque lo tratan a gritos y regañinas, o cuando a alguien le impiden desarrollar proyectos importantes en su trabajo, en otros casos se juzga a alguien por “no estar comprometido con la empresa” solo porque no se queda hasta tarde y fuera de su horario, sin tomar en cuenta que cumple con los objetivos y que tal vez tenga algunas otras dificultades fuera de su labor, incluso en algunos casos hay acusaciones graves que solo se tratan de injurias o malas opiniones totalmente subjetivas que van minando la reputación de una persona, sea que tengan que ver con su condición personal, laboral o sexual.
Éstos ejemplos generales pueden encuadrase en diversas situaciones que van desde simples conflictos hasta varios riesgos psicosociales como mobbing, burnout, acoso sexual, etcétera, pero el problema siempre se centra en la víctima y no en el agresor, o en quien sufre el daño y no en quien lo provoca, pues de los ejemplos anteriores en el caso de mobbing probablemente se le atribuye incompetencia a la persona cuando el propósito de quien trama la circunstancia está en hacer ver a la víctima como tal y aunque la misma sea totalmente válida y hasta excelente para su labor, sin embargo dentro de determinadas circuntancias algunas personas pueden manipular las circunstancias para hacer creer a los demás cosas que no son, o bien en el caso de acoso sexual, la culpa es de la mujer o del hombre acosado y no de quien tiene la finalidad de obtener algún favor sexual, o bien cuando en una empresa no existe la organización de trabajo necesaria para que la productividad fluya o cuando no se tiene la cultura de que quienes laboran son personas que también tienen necesidades personales y no se les respeta su tiempo de descanso y ocio lo cual deriva en problemas de salud, el burnout y otras consecuencias derivadas de la falta de un equilibrio trabajo- familia o trabajo y descanso adecuados.
En cuanto a lo anterior, las “fórmulas”, o las “máximas”, siempre tienen sus matices, es decir no siempre son absolutas, todo es relativo. Para explicarnos mejor, es evidente que toda acción tiene un resultado, pero en ocasiones estos resultados pueden ser distintos dependiendo de circunstancias personales, tiempo, y otros factores visibles e invisibles que rodean a quien sufre una situación como las descritas.
Por lo tanto no siempre la persona que sufre algún tipo de agresión, necesariamente tiene una responsabilidad, sino que se ha tratado hace tiempo de difundir la falsa idea de que las personas son responsables de lo que les sucede como si tuviéramos como seres humanos el don de la omnipotencia, para manejar las circunstancias y a las personas que nos rodean a nuestro antojo cuando evidentemente no es así, sino que las personas actuamos dependiendo del conocimiento y experiencias que tenemos a la mano, lo cual puede ser evidente con el ejemplo de un niño que no tiene el conocimiento y experiencias necesarias para saber por ejemplo que puede quemarse al jugar con fuego o que se puede caer y lastimar si juega en un árbol, y que por los mismos motivos se le hace fácil imaginar que si alguien lo atacara podría zafarse fácilmente de quien le intente dañar físicamente cuando en la realidad no es así, sin embargo nadie piensa en atribuir a un infante la culpabilidad de recibir un daño de alguien malintencionado.
Los seres humanos cuando recibimos una agresión no provocada, sino maquinada por un tercero que pretende obtener un beneficio del daño que pudiéramos sufrir, o simplemente por ignorar nuestras circunstancias, es natural que no tengamos previsto el accionar de otro, y generalmente tendemos a pensar bien de los demás en cuanto a sus intenciones.
En conclusión, el pensamiento de causa-efecto es relativo tratándose de personas que viven algún tipo de sufrimiento en el trabajo provocado por el compañero, el jefe o subordinados, ya que siempre es necesario evaluar las circunstancias de quien tiene algún tipo de adversidad y no de inicio juzgar, sino realmente conocer el panorama completo de los hechos antes de emitir un juicio.
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